OPIÁCEOS ALIMENTARIOS
Qué nos hace zombis y adictos?
Nadie duda que “somos lo que comemos”. Por tanto, aquello que
cotidianamente ingerimos tiene una gran influencia sobre nuestro estado físico y
mental. Mire a su alrededor. ¿No ve usted demasiados zombis? ¿Por qué tantas
personas actúan como tales? Según el Diccionario de la Real Academia, el
significado de zombi es: atontado, que se comporta como un autómata. Es fácil
observar como se ha incrementado el estado de apatía social en las últimas
décadas. Junto a la obesidad, ha crecido ese letargo colectivo que impide
establecer prioridades, privilegiando cosas banales respecto a grandes temas,
como la buena salud. ¿Por qué tanta gente no puede corregir nocivos hábitos
alimentarios? Es sorprendente saber que insospechados alimentos cotidianos son
responsables de esta tendencia, y también de la adicción por dichos alimentos.
El objetivo de este informe es comprender qué nos generan estos alimentos y
porqué nos cuesta dejarlos.
Todos saben que al consumir morfina, uno se vuelve lento,
apático y adicto. Esto sucede porque la morfina es una sustancia
opioide. ¿Por qué somos sensibles a dichas sustancias? Porque nuestro organismo
(sobre todo el encéfalo) posee receptores para estos péptidos opioides. ¿Por
qué? Porque nosotros los producimos en caso de necesidad. Cuando debemos escapar
de algún peligro y nos encontramos heridos, necesitamos condiciones especiales
para sobreponernos. En tales situaciones, el organismo produce péptidos opioides
para disminuir el dolor; las conocidas endorfinas.
Los corredores de maratones conocen los efectos de las
endorfinas, moléculas que les permiten continuar aún cuando se hallan
exhaustos. Las endorfinas generan efectos placenteros, incrementan la
resistencia física, provocan euforia, tienen poder analgésico… y también
resultan adictivas. Para poder cumplir su función, las endorfinas requieren la
presencia de receptores apropiados, en los cuales encajan como llave en una
cerradura. Dado que las endorfinas y los péptidos opiáceos son muy similares,
ambos encajan en nuestros receptores encefálicos.
Por cierto que el ser humano no está diseñado para embriagarse
con morfina ni con endorfinas. La secreción de endorfinas se realiza en el
organismo en determinadas condiciones especiales. Y la morfina no es un
nutriente. Sin embargo, los receptores del encéfalo son susceptibles a otras
sustancias opiáceas: aquellas presentes en los alimentos. En los años 70,
científicos del Instituto Max Planck de Munich (Alemania) le llamaron exorfinas.
Surge entonces una pregunta natural: ¿por qué hay péptidos opiáceos en nuestros
alimentos? Las razones también son naturales.
Los opiáceos alimentarios
Las exorfinas cumplen un papel esencial en la cría de
los mamíferos y están presentes en todas las especies. Terneros y bebés reciben
sus primeras exorfinas con las mamadas iniciales. Esto genera en el neonato una
dependencia hacia la madre y un estímulo a consumir alimento.
Además lo tranquiliza y lo duerme, cosa sencillamente comprobable
en la reacción de los lactantes luego de mamar. Estos péptidos opiáceos, además
de asegurar la ingesta de nutrientes por parte del neonato y garantizar su
descanso, cumplen otra función clave.
Dado que el bebé esta recibiendo un alimento altamente
especializado y específico, la naturaleza crea mecanismos para que se aproveche
al máximo este nutriente perfecto. Por ello, los péptidos opiáceos de la leche
incrementan la permeabilidad intestinal, o sea “abren” la malla filtrante
que es la mucosa de los intestinos. Si bien la mucosa esta diseñada para evitar
el paso de alimentos no digeridos o sustancias tóxicas, en el neonato no existe
tal riesgo, al ser la leche materna un alimento perfecto y totalmente digerible.
Por ello, la mucosa se hace más permeable, a fin de no desperdiciar una
sola gota de este nutriente vital, asegurando la absorción de los factores de
crecimiento presentes en la leche materna. Este mecanismo se convertirá en uno
de los más grandes problemas del adulto que continúe ingiriendo péptidos
opiáceos, como veremos luego.
La leche contiene diferentes péptidos opioides, enmascarados
en proteínas (caseína, lactoalbúmina, beta-lactoglobulina y lactoferrina). Los
péptidos opioides de la leche son: beta-casomorfinas, alfa-caseína exorfinas,
casoxinas, beta-casorfinas, alfa-lactorfinas, beta-lactorfinas y
lactoferroxinas. Para prevenir la degradación de los péptidos y asegurar su
función, los mismos son relativamente indigeribles y está previsto que lleguen
inalterados al flujo sanguíneo.
¿Pero solamente la leche de los mamíferos posee péptidos
opiáceos? No, también algunos vegetales sintetizan estas moléculas, a fin de
defenderse de sus enemigos. Es el caso del trigo, cereal dotado de
péptidos que adormecen a sus predadores. Una sola molécula proteica de
gluten hallada en el trigo, contiene 15 unidades de un particular péptido
opioide. El gluten del trigo contiene un número de péptidos opioides
extremadamente potentes. Algunas de estas moléculas son incluso 100 veces más
poderosas que la morfina. Los péptidos opioides del gluten hallados en el
trigo son: glicina-tirosina-tirosina-prolina,
tirosina-glicina-glicina-triptofano, tirosina-prolina-isoleucina-serina-leucina
y tirosina-glicina-glicina-triptofano-leucina (el más potente de todos).
Los sacerdotes del antiguo Egipto utilizaban al trigo para
alucinar, y lo empleaban en los vendajes, para disminuir el dolor
provocado por las heridas. Los emperadores romanos sabían que el pueblo no se
rebelaría mientras tuviera pan y entretenimiento. Todos los productos
derivados del trigo contienen péptidos opioides: pan, pasta, pizza,
galletas, tortas, empanadas, tartas, etc. Al padecer un dolor dental, se puede
masticar pan durante 10 minutos a fin de aliviar el dolor, con lo cual se
comprueba su potencia anestésica.
El problema de los opiáceos
Hemos visto que los péptidos opioides son absolutamente
naturales, tanto en plantas, animales o humanos. Sin embargo, son un problema al
sacarlos de contexto y consumirlos en abundancia, cosa que hacemos en nuestra
moderna alimentación. Justamente por sus efectos adictivos, estos
alimentos pasaron de ser “alimentos de supervivencia” en ciertas etnias, a ser
“alimentos omnipresentes” en la masificada dieta industrializada. Además de
sabores, texturas y practicidad, lo adictivo explica la supremacía de panes,
galletas, pizzas, lácteos y pastas, sobre otros alimentos más nobles y más
antiguos.
Más allá de los problemas directos que genera el abultado
consumo de lácteos y trigo (refinación, procesamiento industrial, combinación
con grasas, azúcares y aditivos nada saludables), el principal inconveniente
de los péptidos opiáceos se visualiza en la función intestinal. Por un lado,
la capacidad adormecedora de estas sustancias, “anestesia” vellosidades y
paredes intestinales, generando estreñimiento y constipación. Es
sencillo constatar la masificación de este padecimiento y las graves
consecuencias que genera, como desencadenante del “ensuciamiento” corporal. Por
otra parte, el incremento de la permeabilidad intestinal es algo que
potencia y “garantiza” el problema. Los alimentos no digeridos y las sustancias
tóxicas, se frenan por efecto del estreñimiento, mientras que la mayor
permeabilidad facilita su rápido ingreso al flujo sanguíneo.
Además de generar apatía, adormecimiento y
lentitud, los alimentos que contienen opiáceos son difíciles de abandonar.
Personas que deben seguir dietas estrictas sin lácteos ni trigo, sufren al
inicio los mismos síntomas del síndrome de abstinencia que protagoniza un
adicto a las drogas: temblor en las manos, irritabilidad, sensación de vacío,
etc. No es casualidad que muchos alimentos, incluso cárnicos y saborizantes,
tengan entre sus componentes proteínas de leche y trigo, lo cual garantiza
fidelidad al consumo.
Investigadores de la Universidad de Michigan (Usa)
determinaron recientemente que las mujeres son más vulnerables a estas
adicciones, en parte porque son más sensibles al dolor, en parte
porque sufren más en situaciones de estrés debido a efectos hormonales.
No olvidemos que los receptores opiáceos del encéfalo son responsables de que
nos encontremos subjetivamente bien o mal, y de allí la inconsciente dependencia
hacia las fuentes alimentarias. Las mujeres necesitan dosis más altas de
analgésicos opioides para liberarse de un dolor y por ello tienen más
dificultades para abandonar dicha dependencia.
Por último, para tratar de compensar el efecto de
enlentecimiento mental que generan los opiáceos alimentarios, las personas
se vuelcan al consumo de estimulantes (cafeína, mateína, teína,
azúcar, taurina y cosas peores). Lejos de resolver el problema, este
acoplamiento determina hábitos poco saludables, que sin embargo tienen profunda
raigambre y son socialmente bien aceptados.
Más allá del fenómeno adictivo y los hábitos culturales, ni
trigo ni lácteos resultan alimentos que aporten nutrientes esenciales. Cuando se
habla de nutrientes esenciales, nos referimos a sustancias o compuestos que no
puedan ser satisfechos con otros alimentos propios de nuestra fisiología
frugívora (semillas, frutas, verduras, algas, etc).
Extraído de los libros “Nutrición Depurativa” y "Lácteos y Trigo"
http://www.espaciodepurativo.com.ar/problemas_alimentarios/opiaceos_alimentarios.php
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